Dejé de existir un instante,
en medio de un silencio
ensordecedor que bajaba por mis venas,
engendrando penas en mi vientre maduro,
carcomiendo lo vivido seguro de
forma vertiginosa.
El color y el olor de la rosa se hizo vacío,
todo el hastío invadió mi estancia sin tu voz de viento fecundo.
No sé a dónde fui, dónde anduve
fosilizando sombras,
encumbrando alfombras con ideas que no eran mías.
No sé si fui doliente, refulgente estrella o algún asteroide al que temían…
Tarde nublada en mis pupilas gastadas de tantos inviernos no amables,
soles sombríos, insondables, que no calientan lo necesario para crecer.
Juzgan mis pasos, mis lazos, mis fracasos y cuando busco ayuda
para no agarrotar mis pupilas, no tienen tiempo para mí.
Dejé de respirar en un instante postrero en que la menguante
indicó sembrar para cosechar
pero mi piel dijo que es sólo en creciente que mis pasos sinceros
tienen el destino que requiero
para avanzar…
Y las lunas en sus aposentos llenan de cemento todas las pisadas,
las manos atadas a bolsillos usureros retienen en postrero argumento,
que no deja festejar…
Me quedé deambulando en algún silencio infecundo
que carcomió profundo el vendaval de risas que eran para mí,
dosificó a su antojo el beso anhelado,
sólo dejó un helado viento
que me hizo llorar…
Me quedé enterrando memorias en los confines del reloj del tiempo
que no da argumentos para seguir.
Eloísa Echeverría.